2020
El mundo real es absorbido por el mundo imaginario, la permanencia de la soledad me hace estar en un estado de ensoñación donde renacen mis recuerdos y fantasías. En este estado de conciencia pienso en mis objetos y me acerco a ellos.
Sabemos que los objetos perduran por más tiempo que la vida humana. Tras la muerte de mi abuelo robe su orinal metálico, brillante y seductor. Su forma, contenido y olor me llevaron a encontrar una relación entre el objeto y mi cuerpo.
Al visitar Pátzcuaro por primera vez, encontré una similitud entre el lago de aguas limpias y misteriosas y el orinal de aguas servidas. Las montañas tienen gargantas, oyen los murmullos del viento y acumulan aguas. Mientras que el orinal entre sus bordes contiene indicios de la existencia humana. El agua es nuestra fuente de vida, la cuidamos, la acariciamos, la conservamos y le conversamos. El lago entre sus costas alberga cientos de secretos que dialogan en sus profundidades entre lo húmedo y lo seco, la abundancia y la escasez, lo transparente y lo turbio.
Nuestra estrecha relación con el agua y los cuencos que la contienen es vital. Es por eso que de esta manera pienso en el orinal y me evoca a pensar que el agua también entiende de alegrías y tristezas, de vida y muerte, de recordar y abandonar, de la virtud y la maldad.
Toda esta vinculación con este objeto puede parecer una acción simple y repetitiva. Pero visto desde la distancia nuestras historias de afectos, de vida y de muerte se repiten una y otra vez.
Nuestro paso por la tierra es transitorio, somos destinados a desvanecernos. Como si fuéramos pinturas quedaremos borrados y nos evaporaremos para siempre. Así como lo menciona Tezcoco, Nezahualcoyolt en el poema Somos Mortales “Como una pintura nos iremos borrando, como una flor nos iremos secando aquí sobre la tierra”.
Inés Verdugo